Dejé pasar
un poco más de una semana para ver si, de alguna manera ú otra, podía plasmar
acá lo que me pasa con el amor de mi vida. Digo el amor de mi vida porque mis
grandes alegrías, mis grandes decepciones, mis grandes tristezas y mis grandes
sueños pasaron por River Plate. Y todo lo que eso significa.
No tiene
sentido analizar la decadencia del club. No tiene sentido tampoco buscar
motivos, o culpables, o razones. Todo eso es claro, los hinchas lo sabemos, los
rivales también, los dirigentes más. No importa eso. Lo que importa es el
sentimiento, importa River por encima de los responsables, o los culpables, o
el descenso, o el ascenso, o los títulos.
Y River por
encima de todo eso es River y sus hinchas. River y nosotros. River y vos. River
y yo.
River es
grande por su historia, pero más lo es por su gente. Por los tipos que lo
sienten como lo siento yo, o vos, o ustedes. Por la gente que alentó en serio
aún sabiendo que era imposible mantenernos en la A cuando iban 43’ y había que
hacer dos goles… y lloró cuando quedamos en Promoción, y lloró cuando Belgrano
metió el segundo en Córdoba, y lloró cuando Pavone erró el penal. La gente que
llora River es la que lo hace grande. Porque es gente que también lloró con los
logros históricos de la Banda. Las personas que lloran a River hoy y lloraron a
River en los mejores momentos son los verdaderos hinchas que sufren en serio lo
que le pasó al club.
Yo lloré
varias veces por River. Lloré tirado cabeza para atrás en la entrada del garage
de mi casa en Viedma gritando el 3 – 0 que metió Gallardo de penal en la
Bombonera en el 94’, lloré cuando presencié en vivo el recibimiento más
espectacular de la historia del fútbol argentino en junio del 96’ cuando River
entró a la cancha para enfrentarse al América de Cali en la Final de la
Libertadores. Lloré cuando Del Piero metió el 1 a 0 y cuando Ortega la reventó
contra el palo en Japón… lloré cuando Villarreal metió el 5to penal en la semi
del 2004, y ya había llorado cuando Nasuti había empatado con el último suspiro
en el tiempo reglamentario.
Lloré con
el River de Ramón del 2002 que era un lirismo futbolístico, que defendía con tres
cuando nadie se animaba y jugaba lindo como nadie jugaba. Lloré con la vaselina
de Rojas, con las muletas de Palermo, con la corrida de Pipino y con los goles
de Berghessio el día del “silencio atroz”.
Lloré en la
popu en la cancha de Estudiantes cuando veía volar a Aimar y Saviola y le
ganamos 4 a 1 al Pincha de visitante, o cuando el Chacho la descoció y con
Pellegrini en el banco ganamos 6 a 0 y el último gol ni lo grité porque ya no
podía hacerlo.
Lloré en la
popu de Gimnasia cuando no le encontrábamos la vuelta al partido y Ramón mandó
a Cavenaghi para que faltando nada la mande a guardar. Lloré puteando a Lequi
también, en la misma cancha aunque en otro partido, por inoperante y sangre
fría.
Moqueé en
la platea cuando Cedrés pateó al medio el penal en el minuto 90’ contra San
Lorenzo en el 94’ y terminó el partido 1 a 1, y lloré la primera vez que pisé
el Monu (en el 92) con un zapatazo de Medina Bello para ganarle a Newell’s.-
Francéscoli
me hizo llorar con los tres amagues seguidos a Sotomayor en el 97’, cuando el
propio defensor hace un gesto como diciendo “andá, hijo de puta, no te puedo
marcar”. O
cuando Salas me dejó afónico con el enganche contra el San Pablo para la
Supercopa ése mismo año.
Lloré con
el gol de Toresani a Argentinos en el 94’ para terminar campeones e invictos el
torneo de la mano de Gallego. Y lloré con el segundo gol de Belgrano en
Córdoba, y lloré con el penal que erró Pavone.
Llorar está
bueno. Y River me hizo llorar mucho muchas veces. Por cosas buenas o por cosas
tristes. En definitiva, por cosas que vale la pena llorar por el sentimiento
que generan. Este River, el de los últimos 5 años, me hizo llorar por su muerte
lenta, por su descomposición eterna que no terminaba de materializarse. Que
parece haber tocado fondo hoy, pero que dadas las circunstancias es imposible
saberlo.
Igualmente,
River, mi River, tu River, el River de todos, va a volver a ser lo que fue. Y
si hoy nos toca llorar de tristeza, hay que saber que es necesario hacerlo. Es
necesario bancar la parada y es necesario hacerse fuerte ahora.
Que hablen
los que quieran, y ojalá nunca bajen aquellos que nunca se fueron, porque ahí
tenemos un punto a favor nosotros, los hinchas de River en serio. Ahí vamos a
poder decirles, sin vergüenza y con el quore “No hablés. Nunca vas a poder
demostrar tu amor por tu club porque nunca te fuiste a la B”… Porque
estar siempre arriba denota grandeza, pero tocar fondo y resurgir te hace
eterno. Y River es eterno. Por lo que fue, por lo que es, y por lo que va a
ser.
River es
eterno y tu sentimiento, el mío y el de todos, también.
Por eso, hoy más que
nunca y con el quore en la mano, soy todo tuyo River Plate.