miércoles, 15 de abril de 2009

Continuidad de mis parques

Fue un ritual de tres días. El rincón del living de la casa de mis viejos brillaba por sí mismo, como esperando que me siente en ese sillón, abra el libro y me disponga a leerlo con el silencio, la luz del sol y el verde del jardín de testigos. Fueron varias horas, en la que lo único que quería hacer era leer. Y me encantó. Y me devoré el libro... así, como Cortázar escribía en "Continuidad de los Parques":  

"Volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos..."
Cuando uno encuentra el libro justo, la lectura ideal y entretenida, el momento, el lugar y la situación, no creo que haya nada más placentero que leer. Llenarse los ojos y el bocho metido en un libro. Irse de ahí y llegar allá, adonde pasa el libro. Es una sensación inigualable.

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