De tentaciones, deseos y almas de remate...
Ayer superé la tentación. Terrible, por cierto. De esas en las que te mordés la boca, las manos y llegás a sudar frío con tal de controlarte. Pero lo logré... y no tiene que ver con trivialidades y pequeñeces como la mujer del prójimo o alguna infusión delirante. Mucho peor.
Entré a la disquería a pedido: “¿De pasada me sacás dos entradas para Divididos?” me habían dicho, y en el momento en que dije que sí sabía lo que me esperaba: un irrefrenable deseo de comprar un ticket para mí y caer de nuevo en esas dos horas y media aplastantes que suelen brindar los muchachos de Hurlingham. Ya me había prometido a mí mismo que no iba a ir: hace cinco años que no sacan disco nuevo y en los últimos cuatro shows a los que fui casi repitieron repertorio. Infernal repertorio, eso sí. Pero repetido. Y no tenía ganas.
Pero el diablo siempre aparece en los peores momentos, y me pareció escucharlo decir “te regalo una entrada por tu alma...” Y dudé, juro que dudé. Pero pensé en el alma: cumple de mi mejor amigo, con más amigos que hace tiempo no visitan las diagonales platenses y, mordedura de labio mediante, me negué.
Salí con las dos entradas que me habían pedido, ni una más ni una menos, y tranquilo bien en el fondo. Seguro me pasará que mientras estén tocando y yo esté cenando con gente muy querida sienta un dejo de arrepentimiento, pero es como mi naturaleza y la de todos: siempre queremos lo que no tenemos. Qué vamos a hacer.
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