Un Domingo cualquiera
Mis domingos son generalmente monótonos. El hecho de tener los canales codificados de fútbol siempre me llevan a plantarme en el depto aunque afuera la primavera haga estragos. A veces pienso que estaría bueno salir los domingos, pero siempre la pelota me tira para que no lo haga.
Este último "séptimo día" fue particularmente especial por los acontecimientos deportivos que sucedían. Pero yo cambié de rutina. Y cuando el partido que todo futbolero quiere ver se estaba desarrollando, yo hacía que comía en una parrillita pequeña de Recoleta con mejor amiga y hermanas.
Digo "hacía que comía" porque ahí estaba yo, físicamente, comiendo un rico vacío. Pero mentalmente, mamma mía... qué difícil que fue. Pensé que dado mi desencantamiento con esta versión del River de mis amores se me iba a hacer más fácil. Pero cinco minutos antes de que mi reloj marque la hora de inicio del partido me di cuenta lo equivocado que estaba.
El celular vibró una vez, y sabía que algo había pasado. A los diez minutos el ritual "vibrato" se repitió... y ahí ya no aguanté. Nudo en la garganta de por medio, el proceso de desbloqueo del teclado de mi teléfono pareció tardar una eternidad. Los dos SMS tenían el mismo formato "Gol Falcao" y "Gol Ortega"... fue en ese momento en el que lamenté no estar como mínimo con un auricular en el oído.
Para ser sincero, no lo lamenté. En el lugar donde estaba y sobre todo en el contexto en el que me encontraba no podía estar mejor: almorzando con mi mejor amiga que se había ido a Europa por seis meses y volvió luego de un año y medio, más dos de sus tres hermanas con las cuales me llevo muy bien. Una situación por demás agradable. Pero mi instinto futbolero pudo más, como siempre, y no logré despejar el bocho ni quince minutos.
Si bien lo peor ya había pasado, eso no había sido todo. El partido de Los Pumas me tiraba, y San Telmo también. Pensé: "si sobreviví a vivir River-Boca sordomudo, sobreviviré a vivir Argentina-Escocia entre tangos y ferias callejeras". Ahí sí tuve razón. Sobreviví bien, sin sobresaltos, sin el nudo estomacal que me había estado persiguiendo horas atrás y con nada para reprocharme.
La mediatarde entre adoquines fue tranquila. Café de por medio, más charlas europeizadas y turistas brasileros asombrados por las callecitas de Buenos Aires que tienen ese noséqué. Tango callejero y ferias de antigüedades. Personajes porteños y arte amateur. Pensándolo hoy no puedo quejarme. Sin dudas que pasé un domingo de puta madre...
que lo pario dijo mendieta, intenté resistirme pero me fue imposible.
ResponderBorrar